Considero que la edad es un número y la vida, lo que uno hace de ella. Resulta paradójico que todos queramos llegar a viejos, pero que nadie desee envejecer. La vejez es una de las cosas más insospechadas e inoportunas que le ocurren al ser humano. Te das cuenta de que estás envejeciendo cuando comienzas a sentirte los viernes por la noche como te sentías los lunes por la mañána… o cuando las arrugas comienzan a dibujarse con profundidad en tu rostro y, aunque los años arrugan la piel, renunciar al entusiasmo, arruga el alma. Es cierto que la edad amenaza con devastar los encantos de la belleza, pero el orden natural de las cosas exige que las cualidades sublimes y nobles la reemplacen. Sin embargo, eres joven mientras tu curiosidad, tus proyectos e ilusiones, son más que tus recuerdos y nostalgias.
La vejez más cruel no es la del cuerpo, es la del corazón y mientras la vejez no te deje más huellas en el alma que en el rostro, resulta más esperanzador ser un joven de sesenta que un viejo de cuarenta.
Dicen que uno tiene la edad de quien está enamorado y es que «no dejamos de enamorarnos cuando envejecemos, envejecemos cuando dejamos de enamorarnos» (Borges).
Con el paso de los años, tengo tanta necesidad de amor y de afectos como de sol, pero es que, en realidad, siempre he necesitado esto en mi vida…
Así, la edad no es lo años que tienes, es la forma de vivirlos y una edad avanzada, no debe ser excusa para abandonar aquello en lo que todavía puedes ocuparte. Pienso que la edad es un estado de ánimo y que el arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza.
Hoy cumplo años, feliz y animoso, sabiendo que lo importante, no es ponerle años a la vida sino vida a los años y que los años no importan nada, sólo importa lo que ocurre en ellos… Envejecen quienes se ocupan y preocupan por su propia edad, Yo me preocupo de vivir…