Digo sin ningún ánimo de ofender a nadie. Pablo Iglesias es un sinvergüenza que se ha enriquecido con la política y al que todavía demasiados le prestan atención. Parece mentira que personajillos así hayan tenido o tengan aún cierta raigambre. Y parece mentira que la democracia y la política -que emputecen- los acoja con tanta facilidad. Ha engañado a los suyos y a sus votantes, ha purgado en su partido a todo aquel que no le daba la razón, se ha acostado con mujeres a las que luego otorgaba un carguito, no ha tomado ninguna medida desde su inmerecido puesto de Ministro para defender la vida de los ancianos que morían a miles en las residencias. Caracterizado por una vagancia extrema, en ese Ministerio de asuntos sociales -como en su vida en general-, no ha hecho absolutamente nada más que vaguear y ocuparse de otras cuestiones de partido.
Encausado, él y su partido, en varios procesos por corrupción, circulan por las redes unas abominables declaraciones suyas en las que desprecia e insulta a las personas mayores por el hecho de su edad avanzada. «Que los mayores de 65 se vayan a la puta mierda», declaró.
Y, ahora, al abandonar el cargo de Ministro, se queda con 110.000 euros anuales de por vida. Si tuviera un poco de ética renunciaría a ese emolumento del dinero público en favor de los pobres y desempleados. Pero, qué va, este mierda mentiroso, macho alfa, machista, engreído e indolente, ahí continúa, tocando los huevos de la gente, ahora con los ojos puestos en Madrid, la capital de España y de la política que viene.
En Vallecas y en el resto de España le detestan por falso y con razón. Nadie allí perdona el abandono del barrio obrero a cambio del casoplón y el sueldo de por vida.
Provoca náuseas a muchos a los que da asco, y, quizás por eso, sabiéndolo, precise de escoltas y de la Guardia Civil en las puertas de su chalet -obtenido gracias a la política-, en Galapagar, que no en Vallecas…Menudo pájaro el falso comunista y populista este indolente al que le encanta vivir, sin dar palo al agua, como a los de la «nomenklatura», todo a cargo del erario público, claro…
E insisto, digo todo esto sin ánimo de ofender, sólo de retratar objetivamente una realidad intolerable que repugna.

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