Mamadú es un senegalés de 47 años que recorre todos los días 18 kilómetros de playa en la Costa del Sol, entre Mijas y Marbella, vendiendo relojes, gafas, bolsos, camisetas, pareos y deportivas. Carga un pesado fardo lleno de todas esas cosas.
Mamadú llegó a Málaga en patera hace ya 20 años. Cada dos o tres años, vuelve a su tierra en marzo –después de recoger la aceituna en Córdoba–, durante 15 o 20 días y engendra un nuevo hijo. Ya tiene cinco. Todos los meses envía el dinero de lo que vende a su esposa y a sus padres para que la familia pueda sobrevivir en su país.
Mamadú vive en Fuengirola y comparte un pequeño piso de 70 metros cuadrados con otros seis paisanos, igual que él.
Y, a pesar de su vida angosta y difícil, explotado por las mafias que le suministran el material y perseguido a veces por la policía que le confisca su mercancía, Mamadú sonríe siempre. Al fin y al cabo -piensa- se encuentra en España, otros como él murieron a miles en el Mediterráneo tratando de llegar a la ansiada tierra de la libertad.
Llama la atención que, a pesar de estar completamente prohibida la actividad de los denominados «top manta», la policía municipal y los ayuntamientos de la malagueña Costa del Sol hacen la vista gorda. Pero no siempre. A veces, los policías municipales sin alma ni conciencia organizan redadas y confiscan la mercancía de los manteros -en su mayoría senegaleses-, sin que se conozca su destino final. Tal vez esos objetos sean para las esposas, padres e hijos de los propios policías o acaben en manos de las mismas mafias suministradoras… Los alcaldes de los ayuntamientos de la Costa del Sol tienen muy poca vergüenza y actúan de forma alegal. No persiguen a las mafias, ni cierran los almacenes donde se acumula la mercancía, ni detienen a los mafiosos que se forran con el tráfico de las falsificaciones. Unas veces persiguen a los manteros -el último eslabón de la cadena- y otras los dejan estar con lo que demuestran que no tienen una política definida para los inmigrantes. Da asco la dejación de las autoridades sin políticas sociales y que miran hacia otro lado ante la desgracia de los inmigrantes senegaleses explotados en la Costa del Sol y también en otras costas, al igual que en muchas localidades turísticas de España. La política, una vez más…
Todos los veranos, cuando Mamadú aparece en la playa de la Cala de Mijas en la que yo, relajado, leo a diario el periódico, le compro en distintas ocasiones gafas de sol de marcas falsificadas que me vende dos veces por encima de su precio en los mercadillos. Mi mujer le baja de casa una Fanta de naranja muy fría, que es lo que le gusta beber.
Así acumulo durante la época estival unas 15 o 20 gafas. Y al finalizar el verano, las introdujo todas en una bolsa y se las regalo. Antes compraba a Mamadú relojes de imitación de las grandes firmas relojeras, pero ya no me gustan esos relojes, tal vez fabricados en China, porque se acaban rompiendo siempre y no se los puedo devolver en perfecto funcionamiento.
Hay miles de Mamadús en la Costa del Sol, unos con su situación legalizada, otros no. Y todos sufren el desprecio de los ayuntamientos, la lejanía o la desaparición en el mar de sus familias, la soledad, la dureza de su endiablado trabajo de vender lo que casi nadie quiere comprar en los chiringuitos y las playas por las que caminan sudorosos y exhaustos siempre con el saco al hombro.
Este verano me ha sorprendido que ya, casi todos, aceptan, como Mamadú, el pago por la compra mediante transferencia a su cuenta, o «bizum».
Otras veces estos manteros se colocan en los paseos o las calles de los pueblos y extienden la mercancía sobre un enorme paño cogido por unas cuerdas en sus cuatro extremos, lo que les permite con un simple tirón de la cuerda empaquetar en un segundo toda la mercancía y salir corriendo ante la llegada de los agentes municipales… Su rápida huída con la mercancía resulta algo casi mágico.
Hoy, Mamadú, como todos los años, se ha emocionado cuando le he entregado en la playa el paquete con 22 gafas que le he comprado durante todo el verano. Alguna furtiva lágrima no ha empañado su sonrisa de mirada intensa y dientes muy blancos.
Mamadú y yo somos amigos desde hace muchos años.