El célebre escritor, Hernest Hemingway escribió que, «jamás nadie debiera pensar que una guerra, por necesaria y justificada que parezca, deja de ser un crimen».
El costo más evidente de las guerras es la horripilante pérdida de vidas humanas. Durante el siglo XX, se estima que los conflictos armados dejaron decenas de millones de muertos, incluidos soldados y civiles. Las guerras recientes en Siria, Yemen, Ucrania, Oriente próximo, entre otras, continúan perpetuando este sufrimiento injustificable.
Resulta increíble que en pleno siglo XXI todavía se intenten resolver los conflictos políticos por la vía de las guerras matándose unos a otros como bestias mientras en los despachos, quienes fomentan y promueven las guerras, viven confortablemente sin sufrirlas en ningún caso.
Los conflictos no sólo matan a combatientes, sino que también afectan con horror espeluznante a poblaciones vulnerables como niños, mujeres y ancianos. La violencia bélica provoca desplazamientos masivos de refugiados, separa familias y destruye comunidades enteras….
Los conflictos armados traen consigo una destrucción masiva de infraestructuras vitales como hospitales, escuelas, viviendas, y sistemas de transporte. Esta devastación repugnante genera una crisis económica que, en muchos casos, tarda décadas en recuperarse. Además, las guerras interrumpen el progreso en áreas clave como la educación, la salud y el desarrollo social.
Las guerras generan traumas profundos tanto en soldados como en civiles. Las víctimas de la violencia bélica que sobreviven suelen sufrir de trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresión y ansiedad, lo que repercute en la cohesión social y el bienestar psicológico de las generaciones futuras.
Los conflictos armados también tienen un impacto devastador en el medio ambiente. Las operaciones militares contaminan suelos y aguas, destruyen ecosistemas y contribuyen al cambio climático. Las guerras en territorios ricos en biodiversidad, como algunas partes de África y Medio Oriente, han degradado recursos naturales cruciales para la subsistencia de las poblaciones locales.
Además de los costos humanos y ecológicos, el gasto militar global asciende a billones de dólares. Estos recursos podrían destinarse a atender necesidades urgentes como la erradicación de la pobreza, la mejora de los sistemas educativos y sanitarios, o la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, los gobiernos priorizan el armamento y la guerra, perpetuando un ciclo destructivo. Así muchos políticos siguen la estúpida consigna de que «si deseas la paz, prepárate para la guerra», en lugar de invertir en la educación para la paz…
Uno de los principales motores de las guerras es la disputa por recursos naturales o por territorios. La lucha por petróleo, minerales, agua y tierras fértiles ha desencadenado innumerables conflictos, especialmente en África y Medio Oriente. Estas guerras rara vez resuelven las disputas, sino que las agravan y perpetúan la violencia.
El auge del nacionalismo, el extremismo religioso y las ideologías excluyentes ha sido otro detonante de guerras, como lo demuestran los conflictos étnicos en los Balcanes y las guerras civiles en regiones como Ruanda y Siria. La intolerancia mezclada con la religión y los intereses territoriales como en el caso del conflicto árabe israelí, determinan también los estados bélicos. Estos movimientos promueven la división, el odio y la violencia, impidiendo la convivencia pacífica. No resulta tan difícil aceptar la consolidación de dos estados en el conflicto árabe israelí. Y, sin embargo, ahí están, matándose como imbéciles y animales mientras la diplomacia internacional se muestra impotente para poner fin a tamaño dislate.
Las intervenciones militares de potencias extranjeras en naciones más pequeñas han sido una constante fuente de conflicto. La invasión de Irak en 2003 por parte de Estados Unidos, la intervención en Afganistán o el apoyo armamentístico sistemático de EE.UU. a Israel son claros ejemplos de cómo la injerencia extranjera, lejos de solucionar problemas, ha generado mayor inestabilidad y violencia en las regiones afectadas.
Todo político que haya promovido y fomentado una guerra debiera ser juzgado y condenado de forma inmediata por los tribunales internacionales de justicia.
Las raíces de muchas guerras pueden encontrarse en la desigualdad social y la pobreza. También en el deseo de las mayores potencias de contar con los mayores y más preparados ejércitos en una cultura en entredicho de la disuasión. Para prevenir conflictos, es vital que la comunidad internacional promueva políticas que reduzcan la pobreza, garanticen el acceso a recursos básicos y fomenten la justicia social. Las guerras a menudo se originan en condiciones de desesperación y falta de oportunidades.
Se hace necesario mas que nunca un proceso de desarme global que reduzca el potencial destructivo de las naciones. En lugar de invertir en armas nucleares y ejércitos masivos, los gobiernos deberían enfocarse en la construcción de economías de paz, basadas en la cooperación y el respeto mutuo.
Para construir un futuro sin guerras, es crucial educar a las nuevas generaciones en una cultura de paz. Esto implica enseñar valores como la empatía, el respeto por los derechos humanos, la no violencia y la resolución pacífica de conflictos. Los sistemas educativos y los medios de comunicación deben ser parte fundamental de este esfuerzo.
Las guerras, en sus múltiples formas, son un terrible fracaso de la humanidad para resolver sus conflictos de manera civilizada. Los costos de los conflictos armados, tanto humanos como ecológicos y económicos, son insostenibles. En un mundo interconectado, es más necesario que nunca rechazar la violencia y abogar por la paz y la justicia.
Es posible construir un futuro donde los conflictos se resuelvan sin recurrir a la guerra, mediante el diálogo, la diplomacia, la cooperación y la promoción de una cultura de paz. La paz no es solo la ausencia de guerra, sino la presencia de justicia, igualdad y bienestar para todos.
Tantas guerras para poner fin a las guerras… Cada guerra es una destrucción del espíritu humano. Las guerras no son más que masacres entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran entre ellos.
La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz, el fruto de la debilidad y la necedad de los pueblos. Hay que establecer ya un final para todas las guerras, la de Ucrania, la de Oriente próximo, para todas. Si no, las guerras establecerán un final para toda la humanidad…
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