Ángel Y Jordi sabían que la lealtad es el camino más corto entre dos corazones. Y la lealtad, al parecer, había presidido siempre la relación que mantenían ambos amigos.
Aunque Ángel era cinco años mayor que Jordi, se criaron juntos en el mismo barrio, estudiaron en el mismo colegio y se formaron en la misma universidad.
De jóvenes amaron las mismas cosas e, incluso, a las mismas mujeres. Lo sabían todo el uno del otro y, ahora, los dos muy cualificados, trabajaban en la misma empresa. Los sábados se reunían para cenar con sus respectivas esposas y Jordi, desoyendo el reproche invariable de su amigo, aprovechaba aquellas reuniones para esnifar unas rayas de coca. Desde adolescente, Jordi, consumía drogas blandas, a pesar de los infructuosos intentos de Ángel para que abandonase ese vicio.
Un día, en la empresa, surgió un nuevo puesto de dirección general, muy bien retribuido, al que optaban los dos amigos; Angel rondaba la cincuentena cuando Jordi cumplía los cuarenta y cinco.
-El presidente me ha dicho que hablemos entre nosotros -le informó Ángel a Jordi-. Al presidente le da igual, según me ha comunicado, quien de los dos ocupe ese puesto de director general, porque sabe de nuestra capacitación similar y de nuestra amistad. A mí me encantaría acceder a ese cargo, porque, he pasado años trabajando duro para conseguirlo y, además, colmaría todas mis ilusiones profesionales. Creo que yo merezco este puesto, es lo justo y me haría muy feliz. Sin embargo -añadió Ángel-, el hecho de conocer que tú, mi amigo del alma, aspiras al puesto, me ha creado cierta desazón…
–No te equivoques, Ángel, ese puesto es tuyo, te lo mereces. Yo no aspiro a hacerme con él. Tú me has ayudado y si hoy tengo este trabajo, te lo debo a ti, que fuiste la única persona que se acordó de mí, cuando abandoné mi anterior empleo -le respondió, Jordi- . Has creído en mi y en mi aptitud y te agradezco mucho cómo te has portado conmigo -continuó-. Siempre estaré a tu lado, eres mi amigo, mi único amigo. Además, te lo debo todo: desde niños, me has aconsejado, has guiado mi vida, me has ayudado en los estudios y has intentado apartarme de la farlopa. De mayor, fuiste capaz, incluso, de perdonarme aquel desliz que cometí con tu propia mujer. Si tuviera que cortarme un brazo por alguien, solo lo haría por ti. Te admiro mucho, de modo, querido Ángel, que voy a hablar ahora mismo con el presidente para decirle que tú eres el más implicado en la empresa, el más leal, la persona más adecuada para ese nuevo puesto. Resulta lo justo, porque eres quien más se lo merece. Tienes la presencia, la antigüedad, la edad idónea y la experiencia imprescindibles para ocupar ese cargo de director general. Y no has cometido errores: recuerda tu éxito de gestión en la venta de nuestra filial a los americanos. Tu inglés resulta muy correcto y, además, te llevas muy bien con todo el mundo en la empresa. Sé que deseas el nuevo cargo y lo necesitas mucho más que yo. El puesto es tuyo, querido Ángel, y así se lo voy a decir al presidente –concluyó, Jordi, mientras se levantaba para estrecharse con él en un abrazo-.
Una llamada de teléfono del Presidente a Ángel, que se encontraba en ese momento fundido en un abrazo con Jordi, interrumpió la conversación entre los dos amigos. Ángel pulsó en el teléfono la tecla de manos libres, haciéndole ver al presidente que Jordi se hallaba con él, en su despacho.
–Bueno, Angel, ¿habéis hablado, entre vosotros, sobre quien accede al cargo de Director General?, ya sabes que a mí me da lo mismo y que he dejado la decisión en vuestras manos…
Antes de que Angel pudiera responder, Jordi tomó la palabra de forma precipitada.
-Presidente, no te preocupes, ahora mismo voy a tu despacho para comunicarte nuestra decisión, dijo Jordi, mientras miraba con fijeza a los ojos de Ángel, esbozando una sonrisa de “no te preocupes, que, ahora mismo, le digo al presidente que el puesto es para ti”.
Ángel colgó el teléfono y, confiado, también sonrió con agradecimiento a su amigo del alma, Jordi, quien tras despedirse cariñosamente, salió del despacho como una exhalación.
Una vez en el suntuoso despacho del presidente, este inquirió a Jordi:
-Dime Jordi, ¿en qué habéis quedado, quien va a ser nuestro nuevo director general?
–Presidente, permíteme que te hable con toda confidencialidad: yo ambiciono ese puesto desde hace años y sabes de mi esfuerzo y mi implicación en la empresa –dijo Jordi–. Por otra parte, si me lo preguntas, desde mi posición de lealtad a la empresa, tengo que decir que no creo que Ángel sea el candidato idóneo, el que más se merece el puesto de director general. Él mismo tiene dudas. Se está haciendo demasiado mayor y, ahora, vivimos un momento en el que se necesitan ideas nuevas y no resistencias a la innovación.
Yo no voy a hablar mal de él, sabes que es mi amigo del alma y que le aprecio. Sin embargo, en bien de la empresa, soy sincero y te recuerdo cómo tonteó de forma desleal con los americanos cuando les vendimos nuestra filial, por no hablarte de sus filtreos con tu propia secretaria.
–¿Qué?, ¿qué es eso de los filtreos con Lucía?
–Bueno, no creo que sea algo importante, lo malo es que estuvo en boca de todos en la empresa y creo que tú eras el único que no se enteraba de nada…Volviendo al tema, creo que Angel tiene cierto don de gentes, aunque lleve siempre el mismo traje, y, a veces, las uñas sucias. La verdad, es que no interviene en los consejos de dirección, quizás debido a su inglés bastante chapucero -aseguró Jordi-.
Entre los miembros del consejo, hay quien opina que le falta agresividad comercial y que carece de la ambición necesaria para ese puesto. Dicen que es blando, pero ese es su carácter, tan bonachón él… En el consejo también se sabe que el bueno de Ángel congenia demasiado con el personal, aunque yo no veo nada malo en ello…
Sabes que somos buenos amigos, que le aprecio mucho y que nos llevamos muy bien –prosiguió Jordi–, pero, de forma confidencial, te informo de que tiene algún problema con el consumo de algunas sustancias durante los fines de semana: me parece que es adicto a la cocaína y eso explica sus cambios de carácter.
Como sabes, hace un momento, hablaba con él, en su despacho, cuando tú has llamado por teléfono y creo que considera justo que me nombres a mí. Me parece que, en su fuero interno, lo desea de verdad, al menos eso es lo que yo entiendo -finalizó Jordi-.
-Bien, si ya lo habéis hablado, por mi parte, la cuestión está resuelta -dijo con frialdad el Presidente, sin mostrar alteración, ni comentario alguno, ante el discurso de Jordi-.
Al día siguiente, el presidente nombró a Jordi, y Director General de la Sociedad.
Y ese mismo día, con entrañables palabras, Jordi explicó a Ángel, sin gran detalle, que había hablado de él muy bien al presidente, que, personalmente, se había negado a ocupar el puesto y que, sin embargo, el Presidente, a pesar de su oposición, había insistido en nombrarle a él mismo…
Jordi rogó a Angel que no se lo tomase a mal. También requirió del amigo su ayuda y apoyo para acometer con éxito la nueva responsabilidad de director general.
–Si a pesar de lo bien que has hablado de mí al presidente, él ha tomado la decisión de nombrarte a tí, pues ¡never mind! -le contestó con tristeza Ángel, en un perfecto inglés. Resulta evidente -añadió- que el presidente mentía cuando me dijo que le daba igual quien de los dos ocupase el puesto… qué extraño…
Los dos amigos se dieron un abrazo y quedaron en celebrar el nuevo nombramiento con sus esposas al siguiente sábado.
Celebraron por todo lo alto el nombramiento, intercambiaron para el baile sus esposas, a Jordi se le fue la mano varias veces con la de Angel, que consintió alegre y distendida; brindaron con champagne del más caro –lo compró Angel-. Jordi se fumó cinco porros seguidos y, entre risas y bromas, esnifó también varias rayas de coca.
Ángel, con el paso del tiempo, perdió la confianza del Presidente y jamás supo la razón. Al cabo de unos meses, fue despedido, sin motivo aparente, de la empresa en la que Jordi es hoy un brillante y bien retribuido director general.
Ambos continúan siendo “amigos del alma”, aunque Jordi, que se ha hecho rico con el nuevo cargo, se distancia cada vez más. Y Ángel –divorciado de su mujer, que se fue con otro, desempleado, e infeliz-, no sabe por qué.
Autor: Rafael Navas
Madrid, diciembre de 2009