Los representantes de los países más ricos del mundo y los ricos empresarios se reúnen en Davos, en los Alpes suizos, desde hace años. Y se ven, y se saludan y comen y cenan y se observan y se enseñorean y se ríen y analizan de forma superficial los problemas que les impiden ser más ricos y diagnostican cosas que no se cumplen. Y ellos, los que se reúnen en Davos, los que mandan, son cada vez más ricos y poderosos y el resto de los países del mundo, la mayoría, son cada vez mas pobres y desgraciados. Y hablan de cambio climático, pero acuden al lugar en jets privados que envenenan el aire de todos. Y los miembros de las élites empresariales, financieras y políticas hacen relaciones públicas, hablan de sus intereses y de lo que sucede en el mundo, de la polarización y la desinformación que pueden ser horrorosas en la era de la inteligencia artificial, pero no solucionan nada, y se ven y se aprietan las manos y se dan abrazos y luego, por detrás, se critican y no solucionan nada de nada de los grandes problemas del mundo, del hambre, de la desigualdad, de la violencia, de las guerras, de la crisis del clima, nada de nada, pero se reúnen, se ven, se saludan y hacen negocios propios para ser cada vez más ricos y el resto, los más, cada vez más pobres y desgraciados…