Me sentía incapaz de sentarme a escribir frente al ordenador sin el cigarrillo en la mano, o en el cenicero. Incapaz de prescindir de los cigarrillos después del desayuno, la comida o la cena. Incapaz de no fumar cuando salía a tomar un café o una cerveza. Incluso llegué a subcontratarme el alquiler de mi despacho en mi empresa para poder fumar legalmente y de continuo en él mientras trabajaba. No me veía yo teniendo que salir a la calle cada 15 minutos para poder fumar…Y aquel despacho se convertía así en el alegre fumadero de todos los que me acompañaron en aquella aventura empresarial de Júbilo.
Cuanto sufrimiento en los aviones o en los trenes por no poder fumar o en las reuniones profesionales en las empresas. Y qué alegría cuando observaba que algunos de mis interlocutores me ofrecían un cigarrillo en su propia sala de reuniones, saltándose la legalidad.
Recuerdo que en una reunión, en principio delicada y difícil, en el despacho del editor de Planeta, José Manuel Lara, en Barcelona, me moría por un cigarrillo. Qué alegría sentí cuando, como si tal cosa, me ofreció un «Ducados». Durante la hora que estuvimos reunidos, creo que nos fumamos unos siete u ocho cada uno.
Salió todo muy bien y tomamos buenas decisiones en aquel despacho lleno de humo y amistad. Me dijo, entre otras muchas cosas, que yo resultaba imprescindible en la empresa, en mi propia empresa, que él acababa de adquirir. Y eso me produjo una profunda satisfacción. Salí de allí, cigarrillo en mano, y antes de cerrar la puerta de su despacho, José Manuel me gritó: ¡cuidado, Rafael, que por los pasillos no se pude fumar!
Anda que no he gastado dinero en cartones de tabaco, cajas de puros, mecheros, de los baratos y de los de lujo, pipas, cachimbas, boquillas, ceniceros…
Un año hace ya que dejé el vicio del tabaco. Un vicio –que no un hábito–, que me encadenaba desde los 17 años. Lo dejé coincidiendo con una neumonía bilateral que siempre he achacado al Covid, aunque entonces (enero del año pasado), poco se sabía de tal enfermedad.
Cinco kilos de más, aunque no se nota mucho, porque soy de naturaleza delgado, y cierta ansiedad que compenso practicando deporte. Pero, sobre todo, la enorme satisfacción de sentirme mejor, más libre, más sano y de haber roto las cadenas de la dependencia del tabaco, un enrome y terrible atavismo estúpido y de consecuencias demoledoras. Sentir, de repente y por propia decisión, libertad y salud para disfrutarla. ¿Se puede pedir más?
Tú también puedes… Pues claro que es posible, te lo dice un fumador empedernido. Sin duda, merece la pena. La salud, tu salud es lo verdaderamente importante para poder disfrutar intensamente de la libertad y del amor a los tuyos y a los demás… Atrévete.

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