En la semana del trigésimo aniversario de su muerte, el Instituto Cervantes, dependiente del Ministerio de Cultura, homenajeará al poeta, Gil de Biedma, ese escritor de maravillosa prosa y hermosa poesía que reconoció públicamente su propia e indecente pederastia.
Aquel texto auto inculpatorio decía así: el chico «tenía 12 o 13 años. Yo no recuerdo su cara. Sólo sus calzoncillos lacios, color ala de mosca y desgarrados en la cintura, era lo único que llevaba encima cuando me volví hacia él después de haber cerrado la puerta. Me desnudé…»
Una cosa es el poeta, el escritor, el autor literario y otra es su obra. A veces ambos conceptos, especialmente, en el mundo del arte, se funden y confunden en un solo valor. Nadie puede dudar de la excelencia poética y literaria de la obra de Gil de Biedma, pero el homenaje del Instituto Cervantes se hace al escritor, a la persona. Y a mi, admirador de su obra, no me deja de resultar chocante que a un pederasta empedernido, como Gil de Biedma, una institución pública, financiada por los ciudadanos con sus impuestos, organice y celebre este tipo de homenajes al autor. Creo que no es su función y que la oposición parlamentaria en pleno debiera poner el grito en el cielo ante tal hecho absolutamente reprobable. Quien valiéndose de su propia superioridad física o intelectual se aprovecha de los niños -pobres en su caso- violándolos, no merece en los tiempos actuales homenaje alguno, de nadie.
La pederastia constituye un repugnante atentado a los derechos humanos del niño absolutamente intolerable, lo cometa quien lo cometa, por mucho Gil de Biedma que se llame y por mucho que destaque la maestría de su bella obra literaria. La obra literaria de una persona absolutamente repudiable a la que, en mi opinión, no se debiera homenajear nunca desde las instituciones públicas.