Existen personas excepcionales que viven para los demás sin esperar nada a cambio. Y tu eres una de esas personas, enfermera. Enfermera de primavera…

Estudiaste con sacrificio las técnicas para ayudar a los pacientes enfermos en los hospitales. Y te esforzaste en los estudios para poder trabajar en una actividad sin glamur alguno, apenas fama o aprecio social.

Pero nada de ello te importaba. Sabías que eras buena en eso de curar y facilitar la vida a los demás. Y lo hiciste, te hiciste enfermera y cuando comenzaste a trabajar, no tardaste en tomar conciencia de que no sólo no se reconocía tu trabajo, sino que, además, algunos enfermos o sus familiares te abroncaban injustamente en la habitación donde reinaban tus cuidados. Disgustos y sinsabores íntimos en los quirófanos, en las UCIS de los hospitales y en las residencias de personas mayores.Y tener que ocultarlos siempre, manteniendo el rostro enmascarado, la sonrisa abierta y el pulso firme…

Tantas jornadas exhaustivas, tantas noches en vela, tantas guardias, tantos alargamientos de turnos, tantas broncas de algunos médicos, tantos que no se dejan cuidar, tantas labores no estrictamente sanitarias, tan escaso sueldo…Y tantas veces, firmando, agotada, el acta de fallecimiento de tu paciente…Después de haberlo hecho todo para salvarlo.

Pero, al final, cada día, volvías a casa con la satisfacción y el sano orgullo de haber hecho algo bueno para alguien. Daba igual que él o ella no se hubieran enterado. La alegría de la salud de tu paciente se había instalado en tu corazón como gratificación a tu trabajo bien hecho. Nada para envanecerte más que en la intimidad.

Un trabajo admirable de sinsabores y satisfacciones íntimas y escasos reconocimientos públicos. Un trabajo, tu trabajo, abnegado y, ahora, sin medios, peligroso, de alto riesgo…

Tanto estrés en los quirófanos, en las UCIS, en las habitaciones. Recorriendo kilómetros de pasillos, a por esto, a por lo otro…

Ha tenido que llegar el coronavirus destructor, cebándose en los ancianos, para que todo un país, las ciudades del mundo entero, se entreguen a diario en un agradecido, inmenso, emocionado y justo aplauso a tu generosidad, a tu dedicación. Todos en tus manos, en esas preciosas manos expertas en las que confiamos el cuidado de nuestras vidas.

Y ahora, con experiencia y escasos medios, rompiendo la rutina, tienes que atender día a día, desde hace tantos, a cientos de personas infectadas. Horas y horas de impagable trabajo en eternos turnos. Estrés y dolor al observar el sufrimiento de tantos, luchando por respirar. Y protegerte y no saber qué hacer, ¿entro o no entro en la habitación?… Y no poder hacer nada.

Enfermera, cuando ahora, una vez más gritas, ¡no me rindo!, para ti, todos los días, el aplauso encendido, agradecido y emocionado por tu actitud heroica, por tus cuidados, por tu sufrimiento, por ser como eres, por hacer tanto sin esperar nada…

Como decía Neruda, «podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera», la preciosa primavera de amor y de entrega que anida en tu corazón.

 

21 de Marzo de 2020

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