He jugado un rato al billar. Creo que mi hermano observaba mi juego.
Tengo una mesa en casa para cuya construcción me asesoró mi hermano, Enrique. Mi hermano era un campeón. Ganó muchos torneos de billar. Y él fue quien me introdujo en este bello deporte.
Tras mi jubilación, le rogué con insistencia que me enseñase esta disciplina. Pero nunca quiso. «Yo sé jugar, pero no tengo paciencia para enseñar. Mejor que te instruya en la Federación mi amigo, Julián, que es un maestro y su especialidad es esa, enseñar y nada más que enseñar», me dijo.
Y eso hice. Me apunté a unas clases con el maestro, Julián, quien me introdujo en la disciplina del billar denominado, «francés» o «europeo», es decir, de carambolas.
Jugué al billar con mi hermano, Enrique, en la Federación Madrileña de Billar, de la que fue Presidente y también en los billares de Fuengirola. Después de instalar mi mesa reglamentaria de «gran match», que supervisó con todo detalle, acudió muchas veces a jugar en casa. Resultaba un gran placer observar cómo lograba hasta las carambolas más difíciles practicando en las modalidades de «tres bandas» y «libre». Y me complacía mucho cómo juzgaba mi juego cuando me tocaba tirar. Lo hacía siempre con su adversario, fuera quien fuese, en todas las partidas. Mostraba interés por el juego del contrario, observando el trazado de las bolas como el que lee absorto un libro.
No sé, me pongo triste cuando juego solo en casa. Me acuerdo de él y de su repentina muerte por cáncer de pulmón. Le echo mucho de menos. Aún conservo en mi mueble bar sus dos botellas de coñac, una, de Magno y otra, de Carlos III, el único licor que le gustaba. Las conservo medio llenas, intactas, como esperando a que vuelva algún día a casa para jugar esas partidas que tanto nos agradaban y que librábamos mientras charlábamos y escuchábamos música. Seguíamos un ritual en el que nos acompañaba mi cuñado, Fernando. Primero, almuerzo en un precioso restaurante cercano de comida casera. Después, copa y partida de billar en casa.
Siento mucho y me hiere la presencia de su ausencia y por eso cada vez me cuesta más jugar al billar. Siento también que, de alguna manera, mi hermano , Enrique, observa mi juego y me pone triste, porque es, pero no está…