Viendo el último debate en el Congreso de los Diputados, se me caían los palos del sombrajo y los vientos sinuosos del mal y la tristeza me arrancaron también alguna lágrima.
¿Cómo es posible tanto odio, tanto vituperio, tanta violencia verbal y tanta mentira? ¿Y eso es el gran templo de la democracia, esos son los demócratas? Sentí un profundo asco y un gran dolor. No es eso, no es eso, me repetía a mí mismo triste y asqueado. Me avergüenzan esos que dicen representarnos. Me avergüenzan también, quizás más, los del Gobierno que utilizan el Parlamento para hacer oposición y nada más.
Injurias, patrañas, mentiras. desvergüenza, impostura, ausencia de respeto, malignidad. Da asco, repele. Y encima, las televisiones retransmiten toda esa mierda.
Me imagino que alguien pobre y desgraciado venga de un país igualmente pobre y desgraciado y que presencie este espectáculo y se haga una idea, la idea triste y acongojante de nuestra nación y nuestra democracia. Yo, desde luego, me plantearía volver a mi país, aún pobre y desgraciado.
Bochorno tras bochorno, un auténtico horror, al presenciar a aquellos que, por el contrario, debieran ser ejemplo virtuoso de vida, de discurso, de educación, de saber estar y buen hablar y hacer.
Bochorno, asqueo, rechazo e impotencia es lo que siento, cada vez más, al observar la estúpida y sinsentido jauría política española en el Congreso. Un horror.