Dos pandemias recorren España desolada en Navidad: la del odio, que se manifiesta en el Parlamento, en la calle y en las redes y la peste coronavírica, que mata sin piedad a muchos más ciudadanos de los que reconoce el Gobierno bifronte.
Y en medio de tales desgracias, el despropósito de unos que quieren echarlo todo abajo, el de otros, que transigen desde su ambición nunca colmada del todo y el de los más, que callan en un silencioso y resignado sollozo sin llanto.
Las bombillitas cuelgan del cielo en las calles, en las que reinan más sombras que luces. En política ya no hay distancia entre la verdad y la mentira.
Un Gobierno bífido, con su propuesta de cambio social, a la espera del maná europeo, la tierra prometida que no dará tantos frutos como presupone…Mientras tanto, el gran Rey de la transición democrática, en el destierro, abrumado y perseguido por sus pecados de avaricia, quisiera volver a España. No hay perdón ni consuelo cierto para quienes dejaron de ser ejemplo.
Mientras los ricos y despreocupados hacen planes suntuosos para sus fiestas navideñas, los que nada tienen, los pobres e inmigrantes, en esta Navidad continúan en su lacrimento vital sin que ningún gobernante de verdad les haga caso. Los servicios sociales del Gobierno, las Comunidades y Ayuntamientos han hecho lamentable dejación de su enorme responsabilidad delegándola en las ONG, que no pueden más…
Ante la angustia que provocan los muertos y la tristeza, perdámonos, al menos, en los universos de los sentimientos compartidos en familia y también en los del papel, la poesía, la música y el celuloide, combatiendo así el horror del odio, del confinamiento y de la soledad…