Hay muchos que prefieren ser nietos de la guerra civil española que hijos de la transición democrática. Y me da mucha pena, sobre todo por los que por edad son hijos de la transición pero prefieren ser nietos de los que perdieron la guerra. Claro, que, pensándolo bien, muchos de los que hoy gobiernan eran niños en aquella época fructífera de la Transición y no la vivieron como los que hoy ya somos abuelos.
De haberla vivido con la intensidad y la enorme ilusión con que la vivimos nosotros, no pondrían en duda la Constitución, la conocerían y respetarían por encima de todo, aún sintiendo la necesidad de modificarla hoy y actualizarla en algunos aspectos.
Nunca una constitución en la historia de España fue la constitución de todos como sí lo fue la actual de 1978. En la historia de España todas las constituciones, que no son pocas, se hicieron de unos contra otros. La única que registró el consenso de todas las fuerzas políticas a izquierdas y derechas fue la actual que requirió de un enorme esfuerzo de generosidad, consenso y concordia entre distintos absolutamente ejemplar. Ratificada en referéndum por más del 90 por ciento de los votantes, la actual Constitución española está en plena vigencia, a pesar de los intentos de modificarla por la puerta de atrás con leyes que sin duda suponen un atentado claro contra su letra y su espíritu, según los expertos juristas, como la Ley de Amnistía propiciada por el delincuente Puigdemont y aprobada recientemente a cambio de sus votos por el Gobierno que se dice socialista de Pedro Sánchez.