Hace dos meses que sufrí una horrible angina de pecho. Como si una mano de hielo me estrujase el corazón una y otra vez en la oscuridad de la noche. Sentí fuertes dolores que se extendían desde el centro del pecho hasta el brazo izquierdo… Salvé de forma momentánea mi vida gracias a que pude ingerir unas píldoras de cafinitrina que siempre llevo en una pequeña urna colgada al cuello de una fina cadena. Los médicos llegaron a tiempo y me implantaron, por segunda vez en mi vida, otro stent.
Hace quince años me implantaron el primero en la coronaria izquierda, el segundo -más moderno y eficaz- lo han hecho en la coronaria derecha. Ja, debe tener algún sentido, porque en la actualidad no me considero ni de izquierdas ni de derechas, (esas etiquetas me parecen anacrónicas).
Un stent es es una especie de muelle metálico en forma de malla cilíndrica que se introduce en la vena con un catéter, desde el brazo o la pierna, hasta la arteria obstruida. El dispositivo permanece montado sobre un pequeño globo que se infla en el punto de obstrucción de la coronaria, que es la arteria que lleva la sangre al corazón. Al sacar el globo, el stent queda implantado.
Hay dos tipos de stent: el convencional, de cromo-cobalto (el que me introdujeron (por cierto, sin ningún dolor, simplemente con una pequeña sedación) hace quince años. Y el stent fármaco activo, que me han implantado recientemente y que es igual al anterior, pero con la ventaja de que libera un medicamento que minimiza el riesgo de nueva obstrucción de la vena.
Tras el primer implante viví muy bien durante quince años, que no es poco, llevando una vida más o menos sana, pero con algunos excesos de ejercicio físico en el pádel, mi deporte favorito, y algún otro en la alimentación.
Espero y deseo con toda mi alma vivir al menos quince años más tras este segundo implante. Y que esa mano de hierro o de hielo no vuelva a apretarme sin piedad y de forma repentina el corazón. La última vez lo hizo a traición, cuando me encontraba dormido en mi cama; resultó terrible despertar de forma abrupta y con esos dolores las seis de la mañana…
Desde este segundo episodio cardiaco -coincidente en el tiempo con la repentina muerte de mi hermano, Enrique- y durante más de un mes, muchos temores han anidado en mi subconsciente, he vivido angustiado una fuerte y consecuente crisis de ansiedad, he pensado que todo se había acabado, no he podido conciliar el sueño durante muchas noches, aterrado de miedo, sintiendo como nunca los había sentido antes, todos y cada uno de los latidos de mi corazón, pensando en que tal vez la mano de hierro helado volvería pronto a presionarlo con su afán devastador. Tales crisis, en las que sientes angustiado, como si te faltase el aire y tienes que salir a la calle aún a las cuatro de la madrugada para respirar y tranquilizarte, son habituales tras las anginas de pecho e infartos en las personas con cardiopatías. Y no me preocupaba tanto la muerte, mi propia muerte, como el hecho de dejar de vivir. Eso es lo que me alteraba y me causaba un gran sufrimiento. Amo tanto la vida…
Pero no. Solo represento a un paciente de los 70.000 que se implantan un stent al año en España. 50.000 mueren de infarto al año. Un paciente que ha vivido muy bien durante quince años con el primer stent implantado en la coronaria izquierda y que se encuentra dispuesto a vivir igualmente bien, como mínimo, otros quince años más con el segundo stent. Eso sí, sin excesos y convencido de que debo hacer ejercicio moderado con regularidad, manteniendo una dieta sin carnes rojas, sin grasas, ni azúcares, sin tabaco, ni alcohol, con la excepción de una copa de buen vino tinto al día, que, según mi cardiólogo, resulta muy saludable para el corazón. Y, por supuesto, manteniendo el tratamiento con antiagregantes plaquetarios, Adiro, Clopidogrel, para que la sangre se mantenga fluida y una píldora más, Crestor, contra el colesterol. Inevitables las consecuencias de la medicación: moratones irremediables en brazos y piernas y dolor de las articulaciones…
Hoy existe una novedad de gran interés. Los laboratorios Ferrer van a poner a la venta en las farmacias una sola píldora, «polipíldora, la llaman, que incluye todos estos medicamentos para quienes han sufrido infarto o angina de pecho y se les ha implantado uno o varios stent. Así, con sólo un píldora al día para toda la vida, nos veremos liberados de tanta pastillita diaria, e incluso podremos tomarnos, de vez en cuando, un magnífico helado de chocolate. Ja, ja, nadie pondrá en duda que el primero,
es el mejor bocado de un Cola-Jet…
Tras estos dolorosos episodios cardiacos, amo la vida más que nunca. Soy consciente de que todos somos el tiempo que nos queda y de que no hay que tener ningún miedo a la muerte. La muerte es lo que da sentido a la vida y la vida, sin lugar a dudas, es lo más hermoso, perderla es perder todo.
Por eso, desde estas líneas, quiero animar a todos aquellos que mantienen alguna afección cardiaca, a todos los que viven con uno o varios stent implantados en sus coronarias, a que no se depriman, a que no se preocupen por el futuro que no ha llegado ni por el pasado que pasó, a que vivan cada día con tanta pasión e intensidad como si fuera el último, a que piensen que ese dispositivo implantado en su corazón no obstruye las venas, sino todo lo contrario y a que consideren que mantienen mejor sus arterias que quienes no lo tienen, a que se cuiden porque es una gran ocasión para llevar una vida sana y saludable, a no perder la curiosidad, a viajar y amar más que nunca a los familiares y amigos.
Yo, hoy me encuentro bien, muy optimista, agradecido a Rosi, mi gran amor con el que celebro este año nuestras bodas de oro, y a mis hijas, a los amigos y familiares que me han animado, a los cardiólogos y enfermeras que me han atendido siempre de forma magistral en la Fundación Jiménez Díaz. Me encuentro esperando a que llegue a las farmacias esa polipíldora y, ya liberado por fortuna de los peores temores, vivo de nuevo ilusionado con la idea permanente de que lo mejor está por llegar. Habrá que continuar más despacio, pero sin dejar de avanzar y crecer. Hay tanto por hacer, tan poco por lo qué preocuparse en exceso y tanto que disfrutar…

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