POLÍTICOS IDIOTAS E IGNORANTES: LAS RESIDENCIAS NUNCA HAN SIDO NI SON HOSPITALES

Alrededor de un 40 por ciento de los fallecimientos en España por el Covid-19 se ha registrado en las residencias de mayores.

La cuestión resulta especialmente grave, porque a esas personas se las ha privado de su derecho a una «sanidad universal» y al derecho de ser atendidos en los hospitales.

La Ministra de Defensa, Margarita Robles, denunció en su momento que el ejército se estaba encontrando cadáveres de ancianos y ancianas en descomposición en distintas habitaciones clausuradas de las residencias de mayores. Inmediatamente, se la mandó callar, porque la responsabilidad de haber negado la asistencia sanitaria a los mayores infectados por el Covid-19, con el consecuente traslado a los hospitales, recae tanto en el Gobierno central, con su mando único a la cabeza, como en las CC.AA., gobernadas unas, por el PSOE y otras, por el PP. «No nos hagamos la guerra en esto», parece que pactaron ambas formaciones, «porque todos tendríamos mucho que perder».

La realidad es que las residencias de personas mayores, sus hogares, que no hospitales, han vivido una terrible tragedia, sin equipos de protección, sin respiradores, sin mascarillas, sin medicamentos, sin pruebas de test y obligados a mantener a los ancianos infectados, que morían solos en sus habitaciones. Muchos de los cuidadores causaban baja al resultar infectados sin que las administraciones dotasen de personal sanitario de relevo a las residencias.

Pablo Iglesias, el populista Vicepresidente del Gobierno para asuntos sociales y de mayores, estuvo durante todo aquel tiempo «missing», sin tomar ninguna decisión eficaz para abordar la tragedia mortuoria en las residencias de personas mayores de toda España. Tantos políticos idiotas e ignorantes, sin preparación para su cargo público, pensaban que las residencias son como hospitales…

Lo gestores de las residencias pidieron socorro de forma angustiosa y reiterada sin obtener nunca respuesta eficaz de ninguna de las administraciones, salvo rara excepción, mientras los ancianos morían en soledad por doquier en sus habitaciones sin una mano amiga y cercana, sin que ni siquiera se recogieran, después del fallecimiento, sus cadáveres. Habitaciones que, tras la muerte del mayor, se cerraban a cal y canto para evitar la extensión del contagio por el centro y porque los servicios funerarios no daban abasto -tampoco contaban con mascarillas- para recoger los cadáveres.

Cuántas llamadas de auxilio de tantos mayores, afligidos y atemorizados en sus camas, quedaron sin atender, porque los cuidadores no disponían de trajes de protección ni de mascarillas y ante el riesgo de contagio, no les era posible socorrer a los ancianos en su angustia vital, en su lógico y espantoso miedo a morir asfixiados…

Hoy, por desgracia, casi ningún partido muestra demasiado interés por abordar el espantoso drama vivido en las residencias, pero ningún familiar de los fallecidos en soledad, sin atención médica alguna, debiera dejar de acudir a los tribunales de justicia para acusar a los responsables de tan infame delito de negar a los mayores, que vivían en las residencias, la asistencia médica imprescindible en sus centros o en los hospitales, por muy colapsados que se encontrasen.

Mientras médicos y cuidadores de las residencias corrían por los pasillos gritando, ¡morfina!, ¡morfina!, ¡morfina!, algunos en los hospitales decidían por la edad entre la vida y la muerte, siguiendo instrucciones políticas, «este paciente puede ingresar en el hospital, este otro no…»

Algunos amigos míos han fallecido en tales circunstancias dramáticas. Mi solidaridad con los familiares y amigos de todos los muertos por el Coronavirus en las residencias. Nadie nos merecíamos esto…Ellos, mucho menos.

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